Héctor Zagal
(Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana)
En 1818, se publicó Frankenstein o el moderno Prometeo. La obra, pilar del romanticismo literario, relata la supuesta hazaña de Victor Frankenstein al descubrir el misterio de la vida. Su afán por crear una nueva raza de seres maravillosos lo lleva a darle vida a un ser, una “cosa” que lo atormenta y se vuelve la principal causa de sus desgracias.
Pero seamos empáticos con este monstruo. Su horrible aspecto causaba un terror que dejaba a todos despavoridos. En sus intentos por revelarse al mundo, esperando que los demás más allá de su horrible exterior, todos lo rechazaron, incluso mismo creador. Ello hizo que la criatura jurara vengarse y dejara a Victor solo, sin sus seres amados.
Y aun cuando la criatura se arrepiente del mal que le causó a su creador, al final le reprocha que nadie jamás haya lanzado injurias contra aquellos que lo trataron mal y que quisieron matarlo injustamente. Eso es lo que la criatura deseaba: un poco de empatía; alguien que sintiera lo que él, que tuviera la capacidad de adoptar sus sentimientos. Siempre me ha parecido que la criatura del doctor era un ser humano: inteligente, libre, necesitado de amor.
La criatura creada por Dr. Frankenstein quería empatía pero, al fin y al cabo, sólo estaba en el espacio de la ficción literaria. No era un problema real. ¿Y qué me dicen de esa especie de “vida artificial” que deambula en internet? ¿Necesita empatía? Claro, me refiero al ChatGPT.
No me malentiendan: no es que este programa pida la empatía de los demás, sino que, entre tantos algoritmos y listas, el que sea capaz de empatizar con los sentimientos de sus usuarios es algo que modernizaría completamente las inteligencias artificiales.
Hace un tiempo hice un ejercicio con algunos estudiantes de bachillerato. Primero le pedí al ChatGPT que interpretara un bellísimo poema de Tirso Molina: “Al molino del amor”. Hice lo mismo con mis alumnos y descubrí que, en algunos casos, la respuesta del Chat era más lúcida que la de algunos estudiantes. Sin embargo, no pudo superar la vívida interpretación de aquellos que, además de estar acostumbrados a leer, han sufrido algún desamor.
En algunos tipos de interpretación, las emociones vividas son fundamentales. El reto para las inteligencias artificiales es traducir dichas emociones en algoritmos. ¿Lo conseguirán? Me queda claro que por el momento la empatía es una ventaja competitiva frente a las IA, pero díganme: ¿ustedes piensan que nos la puedan llegar a arrebatar?
Sapere aude!
@hzagal
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